miércoles, 6 de octubre de 2010

0. LA PREHISTORIA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.



La Prehistoria es el periodo de tiempo que transcurre entre el origen del hombre y la aparición de las primeras sociedades complejas estructuradas conforme a unas relaciones complejas en las que la escritura tiene una importancia fundamental. Es evidente que ni la presencia del ser humano, ni la aparición de los primeros textos han sido comunes en un mismo periodo de tiempo y en todos los continentes de la Tierra. Por eso, la historia de cada lugar tiene su propia compartimentación prehistórica, también la Península Ibérica, aunque casi todas ellas convienen en señalar dos grandes periodos prehistóricos en función de la cualidad del material que se trabaja en cada una de ellas: Edad de Piedra y Edad de los Metales.

a) LA EDAD DE PIEDRA.
Se asocia, desde un punto de vista genérico, a las comunidades caracterizadas por el trabajo de industrias líticas. Presenta también distintos estadios en función de los modos de vida de los hombres y el modo en que se llevan a cabo los trabajos sobre la piedra.

EL PALEOLÍTICO.
A nivel general, se trata de un extenso período de la Prehistoria, caracterizado por el proceso de hominización y de expansión del género Homo sobre la Tierra. Los escasos grupos de habitantes asentados en la Península Ibérica vivían de la recolección, la caza y la pesca. Eran nómadas, que se alojaban en cuevas o campamentos y se desplazaban en función de la búsqueda de alimentos. Lo que recogían pertenecía a la tribu, dentro de la cual no había división del trabajo, ni diferencia entre individuos. Las relaciones de parentesco eran muy estrechas y el papel de la mujer muy destacado. En cuanto al mundo espiritual, quedaba reducido a ciertas prácticas de tipo mágico.

El Paleolítico Inferior (1500000-100000a. C.).
Los restos más antiguos hallados en la Península serán los de Venta Micena (Orce, Granada) y Cueva Victoria (Murcia), con una antigüedad superior al millón de años. Los autores de su estudio han referido al género Homo Erectus algunas muestras óseas (tres fragmentos de cráneo y un húmero, en Venta Micena: el llamado “Hombre de Orce”; y una falange en Cueva Victoria).
En la cuenca del Duero, la sierra de Atapuerca ha proporcionado resultados más satisfactorios. Así, en 1994, la cueva de la Gran Dolina empezó a aportar restos humanos de una antigüedad de más de 780000 años. Los especialistas los han considerado como una especie de nuevo reconocimiento, proponiendo el nombre de Homo Antecessor, para señalar su particularidad y su posición como lejano antecedente del Sapiens. Hoy día, y a partir de los hallazgos efectuados en la Sima del elefante, también en Atapuerca, tiene a retrasarse la antigüedad de antecessor hasta los -1,2 millones de años.
Por otra parte, en la cueva de la Sima de los Huesos, también en Atapuerca, se han recuperado, hasta la campaña de excavaciones del 2000, más de 2500 huesos humanos calificados como anteneandertales o sapiens antiguos (hpomo heidelbergensis), con unos 300000 años de antigüedad.

El Paleolítico Medio (100000-35000a. C.).
Se identifica al Homo sapiens en su variedad fósil (neandertalensis) como protagonista de las manifestaciones culturales del Paleolítico medio.
A mediados del siglo XIX se produjeron los primeros hallazgos del tipo neandertalense en Europa: sur de la Península Ibérica (Gibraltar) y en Alemania (valle del Neander). Son relativamente abundantes en nuestro entorno, ya en cuevas y abrigos o al aire libre.
Mención especial merecen las 125 piezas extraídas en 1994 de la cueva de Sidrón (Asturias). La prospección sistemática emprendida por arqueólogos intenta determinar si se trata de un depósito intencionado, lo que supondría el primer enterramiento formal de neandertales hasta ahora reconocido en nuestro país.

El Paleolítico superior (35000-10000a. C.).
Encontramos en el continente dos variedades humanas o tipos diferenciados: el de Combe Capelle, más antiguos, y el de Cro-Magnon, más moderno y con rasgos heredados de los neandertales, al que se suelen referir la mayor parte de los huesos encontrados en la Península Ibérica. A él asociamos también la industria microlítica y las primeras manifestaciones artísticas.
· En la región cantábrica: cuevas de la Paloma y Tito Bustillo (Asturias) y cuevas del Castillo y Altamira (Cantabria), con importantes muestras del arte rupestre.
· En la zona mediterránea: cuevas de Reclau Viver (Gerona), Beneito (Alicante), Niño (Albacete), Nerja (Málaga), Barranc Blanc y Parpalló (Valencia), etc.
· En el listado de restos humanos de Portugal, destaca el enterramiento de un niño en fosa practicada en el suelo del abrigo de Lagar-Velho, datado de unos 23000 años a. C.

EL MESOLÍTICO.
Durante el mesolítico se produce la retirada de los hielos e inicio de la era geológica actual, Holoceno, que deriva un clima más estable y la retirada de la mayoría de los grandes mamíferos, concentrándose la alimentación en pequeños animales. Este empeoramiento de la fauna se manifestó también en el utillaje lítico, con piezas cada vez más pequeñas, que desde le punto de vista técnico, presenta paralelismos con el resto de Europa. En la región cantábrica aparece la Industria aziliense (especialización de microlitos y evolución de los arpones). Estos pueblos se hicieron sedentarios en aquellas zonas que les proporcionaron recursos suficientes para vivir. Este es el caso de los “concheros” de las costas peninsulares, como los de Muge, en l zona baja del Tajo (Portugal).
Pero la verdadera importancia del mesolítico peninsular se encuentra en la aparición de interesantes muestras de arte rupestre: la denominada Pintura Levantina, con importantes testimonios en la provincia de Albacete (Alpera, Minateda, Nerpio).

EL NEOLÍTICO.
Constituye una verdadera renovación de las condiciones de vida de las comunidades prehistóricas. Las actividades productivas terminaron por generar excedentes que posibilitaban el crecimiento de la población, el desarrollo del comercio, la división del trabajo y la aparición de la propiedad privada.
Los yacimientos más antiguos corresponden a la vertiente mediterránea peninsular: las cuevas de Montserrat (Barcelona), la cova de la Sarsa (Valencia), la cova de l´Or (Alicante), la cueva de la Carigüela (Granada) o la de Nerja (Málaga). Tradicionalmente, la investigación ha destacado como elementos más representativos de la cultura material neolítica peninsular a sus recipientes cerámicos decorados mediante impresiones del borde de una concha de berberecho, Cardium Edule. Sin embargo, esta precisa técnica decorativa representa una pequeña parte de las novedades que nos ofrece la cultura material de los primeros agricultores: hachas y azuelas de piedra pulida, la especialización de la talla de sílex, la proliferación de instrumentos de huesos o los brazaletes, colgantes, anillos y demás adornos.
El proceso de difusión será largo en nuestro entorno y se desarrollará a través de la secuencia que sigue:
· El Neolítico Inicial o Cardial. Hacia el 5000a. C. Se desarrolla en la franja mediterránea y se caracteriza por la aparición de la cerámica cardial.
· El Neolítico Pleno. Hacia el 4000 a. C. Introducción en la Meseta, en los rebordes montañosos poco cultivables asociados a ganaderos andaluces. Aparición de la cerámica lisa o decorada por incisión.
· El Neolítico Final. Hacia el 3000 a. C. Desarrollo de culturas específicas, como la de los sepulcros en fosa en Cataluña o la Cultura Almeria, en el sureste peninsular.

b) LA EDAD DE LOS METALES.

Definido por criterios tecnológicos, que servían para expresar el progreso de la humanidad, el concepto se refería al inicio de la utilización de los metales, el cobre (Eneolítico o Calcolítico) y al desarrollo de la metalurgia con el descubrimiento de las aleaciones, cobre más estaño, (Edad del Bronce).

EL CALCOLÍTICO.
Se desarrolla fundamentalmente en la franja sur peninsular, desde Portugal hasta la actual provincia de Murcia, donde se desarrollan las dos áreas más importantes del momento: la cultura de los Millares, en el sudeste peninsular, y la cultura de Vilanova de San Pedro, en la Extremadura portuguesa.

LA EDAD DEL BRONCE.
El Bronce está representado nuevamente por una cultura asentada en el sudeste peninsular, la Cultura Argárica, 1700-1300a. C. En líneas generales representa una ruptura respecto a la calcolítica de los Millares en lo que respecta a la distribución de los asentamientos (ahora más escarpados y amurallados), hay una mayor utilización de objetos de cobre y, sobre todo, se modifican sustancialmente los aspectos relacionados con los rituales funerarios: se abandonan los enterramientos colectivos en construcciones destacadas y son sustituidos por inhumaciones individuales.
Rasgos argáricos aparecen también en territorios limítrofes confirmando su preeminencia cultural. En nuestro entorno se traduce en la aparición de la denominada Cultura de las Motillas, al sur de La Mancha, caracterizada por la diversidad de sus asentamientos: en motilla (el Acequión, Albacete), en morras (el Quintanar, Munera) o en castillones (Albatana). Una significación aparte merece el Bronce final peninsular, una etapa decisiva como resultado de la cual se fraguan los grupos históricos autóctonos posteriores. Es, al mismo tiempo, un momento de apertura y contacto con el exterior, bien por vía terrestre, gracias a la influencia de los Campos de Urnas, de origen centroeuropeo, bien por vía marítima, con la conjunción de los comercios atlántico y mediterráneo, en un claro preludio de las colonizaciones históricas desarrolladas por fenicios y griegos.
Ambos fenómenos actuaron sobre un sustrato variado, en el que algunos grupos llegaron a desarrollar sociedades complejas, como la Cultura Talayótica de las Islas Baleares, con sus características construcciones megalíticas: talaiots, navetas o taulas.

LA EDAD DEL HIERRO.
La penetración de influencias y grupos humanos a finales del segundo milenio, en la Península ibérica, fue un factor destacado para buena parte del territorio, que provocó transformaciones socioeconómicas importantes y estableció el preludio de la posterior configuración humana peninsular. Así, durante mucho tiempo se identificó a la Cultura de los Campos de Urnas en España con una renovadora 1ª Edad de Hierro, que habría aportado determinaciones culturales e incluso lingüísticas.
Hoy sabemos que dicho proceso se iniciará durante el Bronce final, hacia el 1200 a. C., y que tendría un desarrollo lento y muy desigual. Sabemos, por ello, que, aun siendo importante, la nueva metalurgia no representó más que un factor tardío con relativa incidencia sobre las comunidades autóctonas y que la Edad del Bronce no desapareció ante la presencia de influencias ultra pirenaicas.

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