domingo, 31 de octubre de 2010

Tema 1. RAÍCES, DE LA ANTIGÜEDAD A LA EDAD MODERNA (Reconquista y Repoblación)

1. INTRODUCCIÓN: El nacimiento y expansión de los reinos cristianos.

Iniciada la conquista musulmana y hasta el siglo X, la hegemonía política peninsular correspondió a Al-Ándalus. Coincidiendo con el desarrollo del Emirato y del Califato de Córdoba, los reinos cristianos fueron configurándose como estructuras políticas independientes, cada vez más importantes, pero sin la dimensión política ni la entidad económica y cultural del núcleo andalusí. A partir de entonces y hasta el fin de la Reconquista (1492), la supremacía fue de los reinos cristianos, los cuales se extendieron de norte a sur peninsular, recuperando el territorio perdido tras la invasión del 711.
Durante los siglos XII y XIII, la estabilidad política y la unificación de intereses entre los distintos reinos occidentales y orientales condujeron al nacimiento de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón respectivamente. Ambas adoptaron una política expansiva que les llevó a extenderse hacia el norte de África, la zona Atlántica, en el caso de Castilla, y hacia el Mediterráneo occidental, en el de Aragón. Paralelamente se adoptaron las estructuras socioeconómicas del feudalismo, adaptadas a las peculiaridades peninsulares y la cultura cristiana.
La unificación de ambas coronas con el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón posibilitaría la supremacía definitiva del orden cristiano y la construcción de la monarquía moderna en nuestro país.

Origen y desarrollo de los reinos cristianos:


Reino Asturleonés: Poblado originalmente por astures, cántabros y vascones, tuvo su origen en la victoria del noble Pelayo ante los árabes en Covadonga (722) y su consolidación durante los reinados de Alfonso II, Ramiro I y Alfonso III entre fines del siglo VIII y principios del X . El reino gozó de gran prosperidad y posición hegemónica gracias a la herencia visigoda, de la que se sintieron sucesores, y a sus relaciones con el imperio de Carlomagno. Tras la muerte de Alfonso III el Magno, Ordoño II trasladó la capital a León (914), iniciándose un periodo de tensiones territoriales debido a luchas internas con Galicia y Asturias motivadas por el reparto del reino entre los hijos de los monarcas y los ataques árabes. Paralelamente, el condado de Castilla adquirirá autonomía jurídica bajo Fernán González a mediados del siglo X.
Reino de Castilla: Surgido tras la muerte de Sancho III de Navarra (1035), heredero del antiguo condado castellano, quien lo cedió postumamente a su hijo Fernando I convertido en nuevo reino independiente de León. Su hijo, Alfonso VI unificó por primera vez ambas coronas, iniciando un proceso de conquistas que culminaría con la toma de Toledo (1085). Las incursiones de los almorávides y almohades (siglos XI y XII) frenaron la expansión, relanzada posteriormente por Alfonso VIII, quien conquistó Cuenca e implantó las órdenes militares en nuestro territorio. La derrota de los almohades en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) permitió a Fernando III conquistar el valle del Guadalquivir con Córdoba (1236) y Sevilla (1248) y Murcia (1246), aglutinando bajo su persona definitivamente las coronas castellana y leonesa, y dando lugar a la Corona de Castilla (1230). Alfonso X institucionalizó la nueva entidad política dotándola de un ordenamiento jurídico común: El Código de las Partidas (h. 1265), complementado por Alfonso XI a través del ordenamiento de Alcalá (1348). Este último venció a los benimerines en la batalla del Salado (1340) y conquistó Algeciras, permitiendo el control del Estrecho de Gibraltar. Tras su muerte se inició un conflicto dinástico entre su sucesor Pedro I y el bastardo Enrique de Trastámara que apoyado por la nobleza consiguió hacerse con el poder (1369). La llegada de los Trastámara al trono iniciaría un proceso de acercamiento hacia la corona aragonesa que culminaría en el matrimonio de los Reyes Católicos en 1469.
Reino de Portugal: Alonso Enríquez, aprovechando los deseos imperialistas de Alfonso VII proclamó la independencia del territorio a mediados del siglo XII. Tras las intenciones de Castilla de hacerse con el reino después de la muerte del rey Fernando I sin descendencia masculina, Portugal se alzó en armas y derroto a los ejércitos en Aljubarrota (1385).
En los Pirineos centrales y occidentales, las posibilidades de aparición de entidades políticas cristianas estuvieron muy limitadas por el fuerte asentamiento de los musulmanes en el valle del Ebro.
El nucleo navarro estuvo sometido a una doble influencia: la de los carolingios al norte y la de los Banu Qasi al sur. En el siglo IX, la dinastía de los Iñigos consiguió con el apoyo de los vascones constituir el reino de Pamplona que un siglo después bajo los Jimenos y favorecido por los reyes astures se hizo fuerte en la región dando lugar al reino de Navarra. Durante el primer tercio del XI obtuvo la hegemonía pirenaica en la persona de Sancho III el Mayor, gracias al uso de una gran fuerza militar, alianzas matrimoniales y amplias relaciones de vasallaje, que le permitieron dominar un territorio que se extendía desde León a Cataluña. A su muerte dividió el territorio entre sus hijos (Castilla, Navarra y Aragón), debilitando el reino que a partir de ese momento empezó a mirar hacia Francia con las dinastías de los Capetos, los Evreaux y los Foix. La guerra civil entre el rey Juan II y su hijo carlos de Viana por los derechos sucesorios de la reina Blanca I (1451-1461) debilitaron definitivamente el reino que se convirtió en objetivo de la política expansionista de los Reyes Católicos. En 1512 fue conquistado por el rey Fernando y poco después anexionado a la Corona de Castilla.
En los Pirineos centrales surgió a principios del siglo IX, con la figura de Aznar Galindo, el condado de Aragón, que un siglo más tarde quedaría vinculado al dominio de los reyes de Navarra. Tras la muerte de Sancho III el mayor de Navarra, el territorio recayó sobre su hijo Ramiro I convertido ahora en reino. Sus sucesores lo consolidaron mediante una política expansiva hacia el valle del Ebro: Pedro I tomo Huesca en 1105 y Alfonso I el Batallador Zaragoza en 1118. Poco después, en 1137, Aragón se unió a los condados catalanes gracias al matrimonio entre Ramón Berenguer IV de Barcelona y la princesa Petronila de Aragón. Nacía así la Corona de Aragón que completaría la Reconquista en el ámbito mediterráneo (Alfonso II conquista Teruel en 1171; Jaime I Mallorca en 1231 y Valencia en 1238) y se extendería por el mar conquistando Cerdeña, Sicilia y Nápoles.
Los condados catalanes. Tras la derrota de Carlomagno en Roncesvalles, Navarra (788), los carolingios iniciaron la conquista del noreste peninsular, llegando hasta Barcelona (801). Al conjunto del territorio ocupado se le denominó "Marca Hispánica" por ser una zona fronteriza con los musulmanes del sur. En realidad se trataba de un conjunto de condados (Barcelona, Gerona, Urgel...) que dependían de la autoridad de los francos. Durante el siglo IX dichos lazos se fueron progresivamente debilitando, al tiempo que el condado de Barcelona empezaba a hacerse fuerte con la figura del conde Wifredo el Velloso. Un siglo después, la ascensión al trono francés de la dinastía de los capetos permitió la independencia de facto del conde Borrell II. La caída del califato de Córdoba fue aprovechada por los condes catalanes, en especial, por Ramón Berenguer III para iniciar la Reconquista de la Cataluña Nueva, entre los ríos Llobregat y Ebro a finales del siglo XI. Su sucesor Ramon Berenguer IV llevaría a cabo una política matrimonial que fructificaría con la formación de la Corona de Aragón. Tras el Compromiso de Caspe (1412), se instaló en la corona la dinastía Trastámara personificada por el infante castellano Fernando de Antequera, futuro Fernando I de Aragón. Esta circunstancia favorecería el acercamiento con la corona castellana que se hizo evidente con el matrimonio de los Reyes Católicos.


2. LA RECONQUISTA: Etapas.


Proceso de expansión territorial de los núcleos cristianos a costa de los territorios peninsulares dominados por el poder islámico (Al-Ándalus) entre los siglos VII-XV, puesto que los reinos necesitaban expandirse debido al crecimiento demográfico, la feudalización, la búsqueda de botín y nuevas tierras que repoblar.
Primera etapa: (722-1031) abarca desde el nacimiento de los núcleos de resistencia y su articulación política a la descomposición del Califato de Córdoba. Esta labor fue realizada por los reinos cristianos del norte: el reino astur-leonés, el condado de Castilla, el reino de Navarra, el condado de Aragón y los condados catalanes. Las debilidades políticas de los reinos cristianos en el siglo X y el apogeo cordobés, provocaron la parálisis del avance conquistador.
Segunda: (1031-1300) ruptura de la unidad de Al-Ándalus y el surgimiento de los reinos de taifas, junto con el crecimiento demográfico, el espíritu de la cruzada y las innovaciones militares marcaron el comienzo de la verdadera ofensiva cristiana. Alfonso I conquistó Zaragoza y el valle medio del Ebro. Ramón Berenguer IV completó el dominio del valle del Ebro. Alfonso IX se expandió desde León hasta Extremadura. Jaime I de Aragón incorporó a sus dominios las Islas Baleares y Valencia. Y Fernando III de Castilla conquistó la Andalucía Bética e incorporó Murcia. Las zonas de expansión de las coronas de castilla y Aragón fueron dirimidas en distintos tratados a lo largo de este periodo (Tudilén, Cazorla y Almizra, entre otros).
Tercera: (1300-1492) Alfonso XI conquistó Algeciras, lo que propició el control de Gibraltar y el Estrecho. Sólo quedaba en poder musulmán el reino nazarí de Granada, el cual subsistió gracias a los pactos y pagos a los reyes castellanos y a la crisis generalizada en el mundo cristiano durante el siglo XIV. Finalmente fue pasto de la política de unificación territorial y religiosa impuesta por los Reyes Católicos, quienes pusieron fin a la Reconquista en 1492.

3. LA REPOBLACIÓN: Etapas.
Es consecuencia del proceso de reconquista y supuso la ocupación de aquellas tierras que se habían mantenido deshabitadas tras la conquista musulmana o que los reyes cristianos habían conquistado a Al-Ándalus y se encontraban abandonadas.
Siglos IX-X: Los repobladores procedían mayoritariamente de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos. El sistema utilizado era la presura o aprisio, concesión de las tierras por parte del rey a quien las trabajase. Mediante este sistema se repobló Galicia, las tierras del Duero, el Alto Ebro y Cataluña.
Siglos XI-XIII: Los reyes favorecieron la repoblación concejil por medio de Cartas Pueblas o fueros (conjunto de normas y privilegios) otorgados a villas -y quienes las habitaban- que quedaban excluidas de la jurisdicción señorial. Estos concejos eran verdaderas ciudades-frontera pues su función básica era la defensa de un territorio (alfoz) contra los ataques musulmanes (Salamanca, Segovia, Ávila). Así se repobló el territorio entre los ríos Duero y Tajo.
Siglo XIII-XV: Se generalizó el sistema de repartimientos o concesiones de grandes latifundios para su ocupación, explotación y defensa a grandes señores u ordenes militares. Este sistema de repoblación es característico de la Meseta Meridional, Valencia y el valle del Guadalquivir. En ocasiones se realizaron repartimientos menores que suponían la ocupación de las casas habitadas por los musulmanes, quienes eran confinados extramuros de la ciudad aunque se les permitía permanecer en sus tierras conservando su religión y costumbres, debido a que la población mudéjar era necesaria para mantener la agricultura. Este modelo fue característico del Valle del Ebro.

Las brujas de Manuel

lunes, 25 de octubre de 2010

Tema 1. RAÍCES, DE LA ANTIGÜEDAD A LA EDAD MODERNA (Al-Andalus y el reino taifa de Toledo)



AL-ANDALUS.

El Islam, sumisión, surge a principios del siglo VII como consecuencia de las prédicas de Mahoma, quien quiso dotar de una religión inspirada en el judaismo y el cristianismo a las tribus arábigas. Muy pronto se configuró como una entidad ideológica, religiosa y cultural que se extendió rápidamente a costa del Imperio bizantino por Próximo Oriente y la costa norteafricana.

La debilidad de la monarquía visigoda y uno más de los conflictos sucesorios acaecidos en el reino de Toledo como consecuencia de su carácter electivo, propició la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica que se prolongaría por espacio de ocho siglos.


1.- La Conquista (711-716)

En el año 710, Don Rodrigo dirigió un golpe de estado contra los hijos del difunto rey Witiza. Estos pidieron ayuda a los beréberes del Norte de África y en el año 711, Tariq, desembarcó en Gibraltar. Rodrigo se dirigió a Córdoba, pero fue derrotado y muerto en la batalla del río Guadalete (Cadiz) ese mismo año. Esto supuso el fin del reino visigodo y el comienzo de la invasión musulmana.

La conquista se vio favorecido por:

- Las rivalidades y la crisis político-social y que habia derivado en un proceso de desintegración del Estado visigodo.

- La rápida expansión del Islam, favorecida por la yihad y la permisividad inicial hacia las costumbres de los conquistados.

- Algunos aristócratas y las comunidades judías, pactaron con los musulmanes.

- La oposición o indiferencia de la poblacion hispanovisigoda hacia los visigodos.

Entre el 711 y 716 los musulmanes conquistaron toda la Península menos la franja cantábrica y el oeste de los Pirineos, territorios habitados por pueblos muy belicosos (bascones, cántabros, astures...) y sin demasiada importancia económica ni estratégica para el Islam.

2.-El Emirato Dependiente (717-756)

La Península Ibérica pasó a ser parte del Imperio islámico, bajo el nombre de Al-Andalus (La Frontera) estableciendo su capital en Córdoba, ciudad situada en el curso medio del Guadalquivir que permitía un fácil acceso a la meseta y hacia las tierras del Mediterráneo. Desde allí, las tropas bereberes continuaron con su política expansiva, pero fueron vencidas en la batalla de Covandoga, Asturias (722), lo que unido a la derrota árabe frente a los francos en Poitiers, Francia (732) y a la revueltas internas, precipitó que se asentasen definitivamente en la Península Ibérica, abandonando sus pretensiones territoriales sobre al franja cantábrica y dejando el valle del Duero como un desierto estretégico que evitase incursiones de los pueblos norteños. Comenzaba así una incipiente organización del Estado llevada a cabo por la nobleza de origen sirio y salpicada por las revueltas bereberes de 740.

3.-El Emirato Independiente (756-929)

La revuelta de los abbasies en 750 provocó la caída de la familia Omeya al frente del poder califal de Damasco desde 661. El príncipe Abderramán I huyó hacia la frontera occidental, refugiándose en Al-Andalus donde establecío un emirato (poder político) independiente del nuevo califato abassí de Bagdad, fundamentado en la creación de un ejército mercenario y un gobierno centralizado y fuerte. No obstante, los sucesivos emires no pudieron asentar su poder por los enfrentamientos internos entre los distintos grupos musulmanes (bereberes, sirios, árabes y eslavos), las malas relaciones entre cristianos y musulmanes, y por la inestable situación económica. Las revueltas provocaron una gran crisis que terminó por debilitar el poder emiral y favoreció el ascenso de poderes locales como el de Omar ben Hafsun en el sur y el de los Banu Qasi en Aragón.

4.- El Califato de Córdoba (929-1031)

Abd al Rahman III fue conquistando las zonas sublevadas y asentando el poder de Córdoba. El proceso culminó en 929, coincidiendo con la proclamación del califato fatimí en el norte de África, que suponía la ruptura de la unidad califal en el Islam. La situación fue aprovechada para consolidar el poder político, jurídico y militar, y asumir el poder religioso rompiendo con el también con el califa de Bagdad e instaurando el califato de Córdoba bajo su persona. Además, Abderramán III acabó con las rebeliones internas, frenó el avance cristiano y transformó a reyes y condes cristianos en vasallos suyos. Los califas cordobeses intervinieron en el norte de África y se convirtieron en la potencia hegemónica de la zona.

El califato de Córdoba representó el máximo apogeo político, económico y cultural de Al-Andalus, reflejado en las expediciones contra las ciudades del norte, el embellecimiento de la ciudad de Córdoba, el desarrollo de la literatura, la ciencia y la filosofía andalusí o la acuñación de dinares de oro.

Durante el califato de Hisham II y dirigidas por el hayib Almanzor hubo expediciones de saqueo contra los reinos cristianos (Pamplona, Barcelona, Saltiago de Compostela...) y en África. A la muerte del hayib comenzó el declive del poderío musulmán y el Califato se vio envuelto en una serie de conflictos civiles que precipitarían su desaparición.

5.- Los Reinos de Taifas. Las invasiones bereberes: Almoravides y almohades (1031-1246)
La desaparición del califato y de la unidad institucional que representaba favoreció la proliferación de pequeños poderes locales conocidos históricamente como reinos de Taifas. Los reinos de Taifas se pueden clasificar en tres grupos: taifas árabes (Sevilla, Córdoba, Toledo, Zaragoza), taifas beréberes (Málaga, Granada) y taifas eslavas (Valencia, Murcia). en un primer momento fueron muy prolijas, coincidiendo con os núecleos de población más importantes, pero con el tiempo desaparecieron la mayoría en favor de las más importantes: Sevilla, badajoz, Zaragoza, etc.

La poca estabilidad económica les hacía estar siempre enfrentados entre sí y pagar tributos a los reyes cristianos a cambio de treguas militares o de protección. Por contra, su deseo de legitimar el nuevo poder político les llevo a una importante actividad cultural que se tradujo en la construcción de importantes palacios como la Aljafería de Zaragoza.
Finalmente, esta fragmentación política de Al-Andalus posibilitó el avance de los reinos cristianos hacia el sur. La conquista de Toledo por Alfonso VI (1085) y la amenaza que ello suponía para otras importantes ciudades andalusíes obligó a algunas taifas como Sevilla o Badajoz a pedir ayuda a los almorávides, pueblo islamico de origen mauritano que había establecido un imperio militar en el Magreb. En 1085 entraron en la Península y un año más tarde derrotaron a las tropas cristianas en la batalla de Sagrajas en las proximidades de Badajoz. Lejos de volver a África, los almorávides iniciaron un proceso de conquista de los reinos de Taifas que duró hasta 1116 con la toma de la Taifa de Mallorca. Tras él habían conquistado la mitad sur de la Península, la costa mediterránea hasta el valle del Ebro y el archipiélago balear. Pero su gobierno duró muy poco, debido a su fuerte integrismo religioso que fue rechazado por los propios andalusíes, a la corrupción de sus gobernantes -alejados del control directo del poder de Marraquech- y a la aparición de un nuevo imperio en el norte de África, el de los almohades, que terminó por debilitarlos. En 1118 el rey de Aragón Alfonso I El Batallador reconquistó Zaragoza y en 1125 emprendió una expedición militar hacia el sur que evidenciaba la debilidad del imperio norteafricano. La caída de los almorávides propició un segundo periodo de reinos de taifas.

Hacia 1145 tuvo lugar la invasión almohade, nuevo imperio integrista norteafricano surgido en las regiones del Atlas y sustituto de los almorávides, quienes volvieron a unificar Al-Andalus estableciendo su capital en Sevilla (Giralda, Torre del Oro) e hicieron frente a los cristianos, a los que derrotaron en la batalla de Alarcos (1095). La reaccion del rey Alfonso VIII fue organizar una cruzada contra el Islam y movilizar un ejército aliado entre distintos reinos cristianos peninsulares y extranjeros, y el propio papado que derroto a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa (1212).
Resultado de la misma fue el declive definitivo del Imperio almohade y de la presencia musulmana en la Península, confinada desde entonces al sur del Guadalquivir en torno al reino nazarí de Granada. La victoria cristiana provocó los terceros reinos de taifas y fue aprovechada por Fernando III, el Santo, para iniciar la reconquista de las principales ciudades de Al-Andalus: Córdoba (1236) y Sevilla (1248).

6.- El reino nazarí de Granada (1246-1492)

La derrota de los almohades en las Navas de Tolosa favoreció el desarrolló de pequeños Taifas en el sureste de Al-Andalus entre los que rápidamente destacó el de Jaén, gobernado por el sultán Muhammad Ibn Yusuf Ibn Nars, apodado Al-Hamar (El Rojo). La conquista de Cordoba por Fernando III le obligó a declararse vasallo del rey castellano y firmar el acuerdo de Jaén en virtud del cual hacía entrega de la ciudad al monarca cristiano quien a cambio le permitía establecerse en la vecina Granada bajo el pago de impuestos renovados cada veinte años.
Surgió así, el reino nazarí de Granada, la ultima gran institución política musulmana en la Península, cuyo momento de esplendor se desarrollaría durante el siglo XIV, coincidiendo con la expansión de la peste negra y la crisis económica y política en los reinos cristianos del norte, y con la presencia de los más importantes sultanes de la dinastía: Yusuf I y Muhammad V, quienes gracias a una hábil política diplomática consiguieron un periodo de paz y estabilidad en el reino que se tradujo en el desarrollo de la cultura y las artes, como se constata en la construcción de los palacios de la Alhambra.
A partir de entonces se sucede un periodo de luchas dinásticas por la sucesión al trono que hará que la suerte del reino dependa de los reyes castellanos. La unión entre Castilla y Aragón tras el matrimonio de los Reyes Católicos, reforzó el poder político peninsular y la necesidad de la unión territorial y religiosa. Tras una campaña bélica de diez años, el 2 de enero de 1492 el rey Boabdil hacía entrega simbólica de las llaves de la ciudad de Granada a Isabel y Fernando, desapareciendo el último vestigio del dominio musulmán en la Península.

EL REINO TAIFA DE TOLEDO

Tras la invasión musulmana, la región de La Manxa (Toledo, Cuenca y Guadalajara) fue ocupada por tribus bereberes que mostraron su descontenco con los árabes cordobeses en distintas rebeliones.
Caído el califato, la familia de los Banu Dil-Nun se hace con el poder y el sultán Ismail al-Zafir proclama la independencia del territorio, constituyendose en un reino de taifa con capital en Toledo. Su hijo y sucesor, al-Mamum se mostrará como un hábil negociador con los reyes cristianos y otros sultanes, logrando conquistar Córdoba y Valencia y convirtiéndose en el más importante de los reyezuelos toledanos.
Tras la conquista de Córdoba, al-Mamum sería asesinado y sucedido por su nieto al-Qadir, incapaz de mantener los territorios anexionados. Poco después fue depuesto del gobierno de Toledo por el sultán de Badajoz, solicitando la ayuda del rey castellano-leonés Alfonso VI para recuperarlo. Alfonso pacto con él sendas campañas contra Toledo y Valencia, a cambio de que la primera fuese para el rey castellano, interesado en reconquistar la antigua capital del reino visigodo, como así sucedió. El 25 de Mayo de 1085 Alfonso VI consiguió entrar en Toledo lo que se calificó como el principio del fin de la España Musulmana.

domingo, 17 de octubre de 2010

Tema 1. RAÍCES, DE LA ANTIGÜEDAD A LA EDAD MODERNA (El proceso de romanización y cristianización en Hispania)




La presencia de los romanos en la Península convirtió las tierras que dieron en llamar Hispania en una provincia de su vasto territorio. La sociedad se romanizó al abrazar los modos de vida y las ideas de la nueva civilización, cimentada en un poderoso Estado, en la difusión de la urbanización y, en una cultura y una religión muy helenizadas. Este proceso de integración, denominado romanización, duró cientos de años. A lo largo del mismo, Hispania se convirtió en una región pacífica y próspera, sus ciudades gozaron de un alto grado de autonomía y se hallaron plenamente integradas en los circuitos económicos y culturales del mundo mediterráneo.

La descomposición del poder imperial romano en Occidente abrió el camino a las invasiones bárbaras. Como consecuencia, los visigodos crearon en Hispania un reino aislado políticamente, ruralizado y empobrecido que, sin embargo, mantuvo viva la cultura latina y cristiana, y el recuerdo del Estado imperial hasta la llegada del Islam.


LA CONQUISTA .

Tras la victoria sobre los cartagineses en la II Guerra Púnica, la presencia militar romana en la Península se hizo permanente. La posibilidad de explotar sus enormes recursos motivó la elección de dos magistrados para la administración política y militar del territorio, dividido desde 197 aC. en dos provincias: Citerior (más próxima a Roma, junto al litoral mediterráneo hasta Cartago Nova, y las Baleares) y Ulterior (más alejada y correspondiente a los territorios del valle del Betis).

El proceso de conquista fue largo y estuvo jalonado por numerosos episodios de revueltas indígenas y periodos de tregua. Tradicionalmente se distinguen cuatro fases:

a) La primera coincidiría con la victoria sobre los púnicos y el asentamiento sobre los territorios del sur y este peninsular, las zonas más acostumbradas al contacto con las culturas mediterráneas y en las que resultó más fácil su implantación.
b) La segunda supondría la orientación de la actividad militar hacia el oeste y la Meseta, donde Roma se encontró con muchas dificultades en su lucha contra los lusitanos, entre los que se hizo célebre su caudillo Viriato, y los celtíberos, cuyo espíritu guerrero fue ejemplificado por la ciudad de Numancia (Soria), que resistió tenazmente el asedio romano hasta su caída en 133 aC. frente al ejército de Escipión Emiliano “el Africano”. Como consecuencia de las guerras lusitanas y celtíberas, la mayor parte de Hispania pasó a manos romanas, con la excepción de la franja cantábrica.
c) Durante el siglo siguiente apenas existieron campañas de expansión territorial, con la excepción de la conquista de las Baleares. Sin embargo, la Península adquirió un enorme protagonismo en las guerras civiles que se desencadenaron en Roma y acabaron con la República para dar paso al Imperio. Los dos episodios más importantes que afectaron a Hispania en este periodo fueron consecutivamente la guerra de Sertorio (pretor de la provincia Citerior, partidario de las reformas populares que había defendido en la metrópoli Cayo Mario y del mejoramiento de las condiciones político-sociales de los pueblos hispanos), quien se rebeló frente al Senado y al líder conservador Sila; y la guerra entre Julio Cesar y Pompeyo, los dos generales de más prestigio de la época final de la República, que representaban al tiempo los intereses del bando popular y aristocrático respectivamente, y que concluyeron con un vacío de poder tras la victoria de Cesar en la batalla de Munda (Córdoba) en 45 aC. y el asesinato de éste un año más tarde a las puertas del Senado romano.
d) El sucesor de Cesar: Octavio, fue el principal beneficiario de las guerras civiles tras derrotar asimismo al último partidario de los aristócratas: Marco Antonio. Así, en 31 aC., quedó como única autoridad de Roma (convertida en un Imperio) con el sobrenombre de Augusto, título que en adelante adoptarían también todos los emperadores romanos. Bajo Octavio se completó la conquista de Hispania dirigida ahora contra los pueblos del norte peninsular. La campaña se inició en 29 aC. y fue dirigida personalmente por el emperador. Diez años más tarde había concluido con el exterminio de los hombres jóvenes y la reubicación del resto de la población en los valles más accesibles. Con el fin de premiar a los veteranos de la campaña, Octavio fundó la ciudad de Emérita Augusta (Mérida). Más tarde impuso la pax romana y con ello aceleró el proceso de romanización iniciado con la llegada de los romanos en el siglo III aC.


LA ROMANIZACIÓN.

Se entiende por romanización el proceso histórico iniciado en la Península en el siglo III y en las islas Baleares una centuria después, mediante el cual la población indígena asimiló los modos de vida romanos en distintos aspectos: la organización administrativa, la urbanización y las obras públicas (la ciudad como eje de la vida en comunidad), las estructuras económicas y sociales (la propiedad privada de la tierra, la esclavitud, la familia patriarcal y el comercio basado en el uso de la moneda), el derecho (las normas jurídicas vigentes en el mundo romano), la cultura (ideología, pensamiento, educación, literatura, arte, etc.) y la religión. Se trata, por tanto, de un proceso de aculturación (asimilación cultural) latina por parte de las poblaciones indígenas que, sin embargo, conservaron en mayor o menor grado costumbres y formas de vida prerromanas. Este proceso no fue homogéneo en el tiempo (se intensifico notablemente a partir de la pax romana), ni se produjo del mismo modo en todas las regiones: fue muy acentuada en el litoral mediterráneo, el sur y las islas Baleares y progresivamente más leve hacia el norte y noroeste peninsular.


La organización administrativa.

Desde que se instalaron en la península Ibérica, los romanos introdujeron elementos organizativos propios, imprescindibles para la administración de los territorios conquistados: provincias, conventus, municipios..., que alentaron la vida urbana y la propia romanización.

La administración provincial.

Al igual que el resto de los territorios que incorporaba a su dominio, Roma introdujo en Hispania la administración provincial, que fue variando a medida que evolucionaba la situación política interna:
- Durante la República, en 197 aC., el territorio se dividió en las dos provincias citadas de Hispania Citerior e Hispania Ulterior. Al frente de cada una se situaba un magistrado o pretor que carecía de capital fija. No obstante, las sedes más estables durante este periodo fueron Tarraco (Tarragona) en la provincia Citerior y Corduba (Córdoba) en la Ulterior.
- Durante el Alto Imperio (siglos I y II dC.) Hispania se dividió en tres provincias, creadas por Octavio tras someter a los pueblos cántabros. Se mantuvo la antigua Citerior, denominada ahora Tarraconense, con capital estable en Tarraco. Y la Ulterior se dividió en dos: Lusitania, al oeste, con capital en Emerita Augusta, y Bética, al sur, con capital en Corduba. Las primeras, más conflictivas, fueron delegadas a magistrados de la confianza del emperador. La Bética, muy romanizada, era competencia directa del Senado de Roma.
Las tres provincias estaban divididas a su vez en conventus, circunscripciones más reducidas, con competencias jurídico-administrativas, que permitían un control más directo sobre el territorio.
- Durante el Bajo Imperio (siglos III a V dC.), las estructuras territoriales fueron remodelados por completo como consecuencia de la crisis que sacudía a Roma. El Imperio se dividió en diócesis, formadas por varias provincias y dirigidas por un vicarius. La diócesis de las Hispanias fue dividida en siete provincias; a las tres existentes se sumaron Gallaecia, con capital en Bracara Augusta (actual Braga, en Portugal); Cartaginense, con capital en Cartago Nova, y Baleárica, con capital en Palma, las tres segregadas de la Tarraconense. Se creó también la provincia de Mauritania Tingitana, con capital en Tingis (actual Tánger, en Marruecos).


El régimen municipal.

Por debajo de las provincias, las ciudades se convirtieron en las unidades administrativas básicas y en instrumentos esenciales en la romanización de los territorios conquistados. Para llevar a cabo este proceso se utilizaron dos vías alternativas:
- La creación de nuevas ciudades, las colonias, con personas procedentes de Italia o soldados veteranos licenciados. Hasta la definitiva pacificación de Hispania las fundaciones fueron muy escasas. La primera colonia fue Itálica (Santiponce, Sevilla) a fines del siglo III aC. y algo más tarde Corduba, Valentia o Palma. Durante las guerras civiles se aceleró el proceso como premio a las tropas leales a uno u otro bando; nacieron así Pompaelo (Pamplona), Barcino (Barcelona) o Hispalis (Sevilla). Tras las conquistas de Octavio, el emperador fundó nuevas ciudades para favorecer la penetración romana, como Emerita Augusta o Cesaraugusta (Zaragoza) y creó una red de emplazamientos de control a cántabros y astures: Bracara Augusta, Lucus Augusta (Lugo) y Astúrica Augusta (Astorga, León).
Las colonias presentaban una planta ortogonal (en cuadrícula), con dos ejes principales: el cardo, en dirección norte-sur, y el decumanus, de este a oeste, en cuyo cruce se situaba el foro o centro urbano, donde se encontraban los principales edificios públicos. Estaban rodeadas por una muralla que delimitaba las lindes de la ciudad y embellecidas por monumentos conmemorativos y edificios para espectáculos públicos. Además se dotaban de infraestructuras para las comunicaciones, sanitarias y para el abastecimiento de aguas.
- La transformación de las ciudades indígenas en federadas, por su colaboración con Roma durante la ocupación, caso de Gades, Malaka, Saguntum o Cartago Nova.
El resto de las ciudades indígenas fueron consideradas estipendiarias porque pagaban un impuesto (estipendio) a cambio de mantener su administración local, y a pesar de lo cual fueron romanizándose progresivamente.

Además, las ciudades estaban comunicadas por una importante red viaria que contribuía a cimentar la unidad del Imperio y dinamizar la vida económica.

El modelo específico romano de organización de la ciudad fue extendiéndose por la Península, primero entre las colonias y más tarde entre las ciudades indígenas. Es el denominado régimen municipal, compuesto por dos instituciones de gobierno de carácter autónomo: el consejo o curia, y las magistraturas, entre las que sobresalían los duunviros (jueces) y los ediles (que asumían tareas policiales, sanitarias, de organización de juegos, etc.). Los cargos de gobierno eran detentados por los grupos sociales dominantes, que constituían auténticas oligarquías; por eso, la crisis del Bajo Imperio que afectó directamente a estas clases supuso también el fin de las ciudades.


Las estructuras económicas y sociales.

El establecimiento del dominio político romano trajo como consecuencia la implantación de las formas económicas y sociales romanas, que se impusieron netamente sobre las indígenas. No obstante, a lo largo del periodo hubo importantes modificaciones. La crisis del siglo III, que precipitó la desintegración del mundo romano tuvo también su manifestación en la Península.


Las estructuras económicas.

Al llegar a Hispania, los romanos intensificaron la explotación de recursos iniciada por otros pueblos mediterráneos, convirtiéndola en un país proveedor de materias primas destinadas a la metrópoli.

El recurso más explotado fue la minería, que tenía para Roma una importancia primordial. Sobre todo, las minas de plata de Cartago Nova y Cástulo (Linares, Jaén), pero también las de oro, plomo, hierro, cobre, estaño y mercurio. En principio las minas eran propiedad del Estado, que garantizaba su explotación. Con el tiempo comenzaron a arrendarse e incluso a ser vendidas a particulares, reservándose en propiedad sólo las más importantes.

Además de minerales y metales, los romanos explotaron también los productos agrarios de la tríada mediterránea: vino, aceite y trigo. Los dos primeros, producidos en la Bética y la Tarraconense, fueron exportados abundantemente a partir del siglo I dC. Asimismo se potenció la manufactura de salazoles y garum (condimento alimentario), y la elaboración de cerámica (ánforas y loza fina de mesa, del tipo denominado sigillata hispanica), tejidos y armas de hierro.

El comercio se basaba en la moneda (el denario de plata). Para favorecerlo Roma realizó en Hispania una importante infraestructura de vías que conectaban las ciudades. Eran las vías principales o viae publicae, como la vía Augusta, que bordeaba el litoral mediterráneo hasta Gades; la vía Argentae, que unía Hispalis con Asturica Augusta; o la vía Complutum (Alcalá de Henares)-Cartago Nova, que unía la Meseta con el mediterráneo a través de La Mancha. Además había una extensísima red de vías secundarias que comunicaban las ciudades con núcleos poblacionales más pequeños.
La economía romana tenía como rasgos básicos el papel decisivo de las ciudades y la utilización a gran escala del trabajo de los esclavos. Pero a partir de la crisis del siglo III aquéllas entraron en decadencia y éstos fueron sustituidos por colonos. El comercio y la moneda fueron cada día menores, en un proceso evidente de ruralización. Proliferaron entonces las villae, propiedades campesinas de explotación agropecuaria que con el tiempo se convirtieron también en verdaderos centros de poder en sustitución de las ciudades.


Las estructuras sociales.

Hacia el siglo I dC., Hispania estaba habitada por unos siete millones de personas que poseían diferentes estatutos jurídicos. Una primera consideración era la de los hombres libres frente a los esclavos. No obstante, entre los primeros existían enormes diferencias según los grupos:
- La minoría de colonos romanos e itálicos, con plenos derechos políticos y de propiedad. Entre ellos, la orden senatorial –que incluía a los colonos más adinerados- ocupaba los altos cargos de la administración y el ejército, mientras la orden ecuestre se encargaba de los puestos inmediatamente inferiores. A medida que las ciudades fueron creciendo, esta clase social se hizo más poderosa, llegando a influir en la propia Roma o, incluso, proporcionando famosos intelectuales a la metrópoli como el filósofo Séneca (preceptor del emperador Nerón) o el poeta Lucano, nacidos en Corduba.
- Las elites indígenas, los decuriones, que imitaban la estructura familiar patriarcal romana y aspiraban a lograr la plena ciudadanía mediante la colaboración con los ejércitos de Roma, lo que no fue frecuente en época republicana. Durante el Imperio y especialmente a partir del Edicto de Latinidad promulgado por Vespasiano en 73 dC. la mayoría de estas elites pudieron convertirse en ciudadanos romanos de pleno derecho, y de ellas salieron algunos emperadores, como Trajano –nacido en Itálica- o Adriano –cuya familia, los Elios, procedían de la misma ciudad-.
- Los indígenas libres, tardaron algún tiempo en abandonar sus costumbres y su lengua, sobre todo en el interior y norte peninsular. Pudieron acceder a la ciudadanía romana a partir de 212 dC., cuando el emperador Caracalla la generalizó a todos los habitantes del Imperio.
- En la base social se encontraban los libertos, esclavos liberados que seguían dependiendo del señor, y por debajo de los cuales sólo se encontraban los esclavos.

Durante el Bajo Imperio (siglos III-V dC.) la estratificación social volvió a acentuarse pero esta vez por razones económicas, estableciéndose una diferencia muy acusada entre los honestiores, grandes propietarios, y los humiliores, la plebe. Esta situación creó las condiciones propicias para la aparición de revueltas campesinas, protagonizadas por esclavos y colonos que aceleraron la descomposición del Imperio.


El legado cultural.

La presencia de Roma en Hispania trajo como consecuencia también la introducción de su cultura, su religión y sus concepciones artísticas. Aspecto importante para conseguirlo fue el desarrollo del latín, que se convirtió en el idioma institucional y en un vehículo cultural que fue adoptado por las elites indígenas.
Pronto estuvieron los hispanos en condiciones de contribuir al florecimiento de la cultura romana. Esta aportación fue especialmente destacada en el siglo I dC., donde sobresalieron figuras de la talla del filósofo estoico Lucio Anneo Séneca, el maestro de retórica Quintiliano, el poeta Marcial, el historiador Lucano o el geógrafo Pomponio Mela.
El poder del Estado romano se vio asimismo reflejado en la construcción de numerosas obras destinadas a satisfacer a los ciudadanos y mejorar la calidad de vida de las ciudades. Así, edificaciones para espectáculos como los teatros (Mérida, Segóbriga, Sagunto,etc.), los anfiteatros (Mérida, Segóbriga, Tarragona, Itálica, etc.) o los circos (Mérida, Toledo, etc.); para la mejora urbana, como los acueductos (Segovia, Mérida, Tarragona, etc.), los puentes (Mérida,Alcántara, etc.) o las murallas (Lugo); para el embellecimiento de las ciudades (arcos de triunfo de Bará o Medinaceli); templos (como el de Diana en Mérida); sepulcros...

Los romanos respetaron los cultos locales, recurriendo al sincretismo (identificación) de sus dioses con los autóctonos, aunque impusieron la adoración obligatoria a los dioses capitolinos: Júpiter, Juno y Minerva, pero especialmente al emperador, siendo frecuentes los altares dedicados a su persona, que reforzaban la integridad del Estado romano. A partir del siglo I dC. llegaron a Hispania cultos mistéricos de procedencia oriental, asociados a menudo a rituales de purificación e inmortalidad. Entre ellos debemos considerar al cristianismo, que debió introducirse hacia el siglo III dC. desde las comunidades judías locales o a través del norte de África, y, desde luego, no existen evidencias de la presencia de Santiago el Mayor o san Pablo, como indica la tradición. Al cuestionar el culto imperial, los cristianos se convirtieron en enemigos de la esencia romana y por ello sufrieron persecuciones más o menos violentas con carácter intermitente. La crisis del siglo III favoreció que su dimensión ultraterrena se convirtiese en elemento esencial para su difusión. En 313, el emperador Constantino promulgaba el Edicto de Milán que permitía la nueva religión y durante el gobierno de Teodosio el Grande (fines del s. IV) se convertía en religión oficial. Este hecho tuvo una doble consecuencia: por una parte, la Iglesia se convirtió en elemento esencial en la latinización definitiva de Hispania; por otra, el cristianismo perdió su independencia a favor de los emperadores y el poder civil. Este segundo aspecto motivó la aparición en el seno del cristianismo de doctrinas y sectas heréticas. En Hispania, la más relevante fue el priscilianismo, un movimiento que se extendió especialmente por Galicia y Lusitania en el siglo IV, impulsado por el obispo de Ávila Prisciliano. Su doctrina propugnaba una religiosidad extrema y exigía a sus fieles el voto de pobreza. Fue denunciado por obispos rivales y acusado de herejía, y por ello ejecutado, aunque un sector importante de la iglesia lo consideró un mártir y siguió abrazando sus doctrinas en el noroeste peninsular. (Para algunos historiadores los restos venerados en Compostela pertenecerían a Prisciliano o a alguno de sus compañeros).


EL REINO VISIGODO.

A partir del siglo III dC. se inició la decadencia del Imperio romano, motivada por los siguientes factores:
- La crisis del sistema esclavista debido a la paralización de las conquistas y en consecuencia la escasez de mano de obra, el aumento de los salarios y el inicio de un proceso de ruralización.
- La impotencia de las autoridades imperiales para mantener el ejército debido a la falta de recursos. Y, como consecuencia, la necesidad de recurrir a mercenarios bárbaros a cambio de tierras en las fronteras del Imperio.
- La decadencia de los núcleos urbanos y el aumento de las luchas civiles, frecuentemente protagonizadas por los bárbaros, que terminaron por acelerar su caída.

Durante los siglos III y IV ya se detectó en la Península la presencia de bandas de pueblos germanos. No obstante, la primera gran invasión tuvo lugar en 409, cuando suevos, vándalos y alanos (éstos de origen asiático) penetraron en Hispania a través de los Pirineos. Los vándalos se dirigieron al sur, desde donde atravesaron el estrecho hacia el continente africano, los alanos se instalaron en el centro y este siendo absorbidos por la población indígena y, finalmente, los suevos se dirigieron hacia Gallaecia donde fundaron un reino independiente hasta fines del siglo VI.

De todos estos pueblos, los visigodos eran, sin duda, los más romanizados. Llegaron a la Península en 416 para combatir a los invasores anteriores en nombre de Roma y tras firmar un foedus (pacto) con la metrópoli por el que se les concedía un territorio autónomo al sur de Francia con capital en Tolosa (Toulouse). Su asentamiento definitivo en Hispania se producirá –desmembrado ya el imperio de occidente en 476- a partir de 507, tras la derrota sufrida en Vouillé a manos de otro pueblo germánico: los francos. A partir de este momento se inicia el reino visigodo de Toledo, ciudad elegida como capital por su situación estratégica y por estar alejada de los principales centros de población hispanorromanos, en la periferia. De esta manera se confirmaba la separación inicial entre ambas poblaciones (los germanos eran apenas cien mil para una población estimada de cinco millones), muy diferentes entre sí: mientras los visigodos se regían por el derecho visigodo (basado en la costumbre), los hispanorromanos lo hacían por el derecho romano; aquellos abrazaban el arrianismo (herejía cristiana que renunciaba a la existencia de la Trinidad divina), y éstos eran católicos, etc.

Desde la segunda mitad del siglo VI la monarquía visigoda se fortaleció considerablemente. El rey Leovigildo combatió contra bizantinos al sur y vascones al norte, y conquistó el reino suevo, pero fracasó al intentar convertir al arrianismo a la población romana. Por el contrario, su hijo Recaredo logró la unificación religiosa a la inversa, mediante la aceptación de una Iglesia católica unitaria y nacional en el III Concilio de Toledo (589). Los concilios se convirtieron a partir de entonces en asambleas magnas del Estado, además de órganos de disciplina religiosa y moral.

En el siglo VII se consolidaron las bases para la consecución de un reino unitario continuador de la tradición latina e imperial. En tiempos de Suintila (621-631) se terminó con la presencia bizantina en Hispania logrando la integración territorial. A su muerte, y tras la enésima revuelta nobiliaria, el IV Concilio de Toledo (633) consagró el principio de monarquía electiva: el rey sería elegido por acuerdo entre los obispos y la nobleza. Algunos años después Recesvinto promulgaba el Liber Iudicum o Iudiciorum (VIII Concilio de Toledo, 653), que ponía fin a las barreras jurídicas que habían separado a los visigodos de los hispanorromanos y sentaba las bases legales de los futuros reinos medievales peninsulares.

Pero, al tiempo que se consolidaba el nuevo Estado, la monarquía visigoda se debilitaba por su supeditación a los intereses de la nobleza y los prelados, en una sociedad profundamente ruralizada y conflictiva, con una economía en recesión . Así, los últimos años del reino visigodo fueron una pugna continua entre facciones nobiliarias en su lucha por el poder que podemos ejemplificar en el enfrentamiento, a principios del siglo VIII, del rey Roderico (Rodrigo) con los hijos de su antecesor Vitiza. En este contexto, la irrupción del Islam en el Mediterráneo occidental amenazaba seriamente a un reino en crisis. En 711, las tensiones entre nobleza y monarquía proporcionaron la excusa para el desembarco en Algeciras de una expedición militar musulmana. Roderico fue vencido en la batalla de Guadalete (Cadiz) y en apenas tres años el reino visigodo de Toledo se desmoronó.

viernes, 15 de octubre de 2010

ACTIVIDADES

Ha llegado la hora de responder unas preguntillas. Para ello es necesario ver el vídeo que os he colgado. Está un poco desfasado en relación con homo antecessor, pero nos puede valer como referencia de la Prehistoria y la Protohistoria peninsular.
Ahí van las primeras preguntas:

- ¿A qué periodos del Paleolítico Superior corresponden las pinturas de Altamira? ¿De qué cronología hablamos? Recuerda para esto último el power que vimos en clase sobre la Cueva del Niño.

- ¿Con qué yacimiento ejemplifica el video la presencia del Neolítico en la Península? ¿Qué características tienen esos yacimientos?

- ¿En qué consiste la Cultura de los Campos de Urnas?

- ¿Cómo demarcaban los pueblos célticos su territorio? Cita algún ejemplo.

- ¿Qué puede representar la Dama de Elche?
¡Soluciones a través de los comentarios!

0. LA PROTOHISTORIA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA




Las comunidades protohistóricas peninsulares discurren desde el momento en que se hace alusión a ellas en las fuentes clásicas: Herodoto (Historia, Libro IV: Calaios de Samos llega a Tartessos), Estrabón (descripción general de la Península ibérica, en el Libro de viajes de Posidonio), etc., hasta que Roma las arrastra a una experiencia inequívocamente histórica. Todo ello en el contexto de la evolución de los poblados del Bronce mediante culturas que desarrollarán formas autóctonas, el desarrollo de la Edad del Hierro, a través de pueblos procedentes de centroeuropa, y la llegada a nuestras costas de expediciones procedentes del Mediterráneo oriental en búsqueda de metales.

Los Tartessos.
Es el primer estado peninsular de cuya presencia se tiene testimonios escritos: identificada con la Tarsis bíblica o a través de la literatura grecorromana. Todos estos textos los sitúan en el sur peninsular, junto a la desembocadura del Guadalquivir. El desarrollo de una investigación sistemática del territorio, desde los años ochenta, ha permitido descubrir una cierta unidad de establecimientos de tradición local con elementos orientalizantes, que se extienden desde Huelva hasta Cartagena, y en los que se advierte un importante desarrollo comercial en torno a la metalistería.
Su esplendor coincidirá aproximadamente con la colonización fenicia, entre los siglos VII y VI a. C., tal y como confirman los datos históricos referidos a su célebre rey Argantonio, así como los restos arqueológicos más sobresalientes aparecidos en yacimientos del sur peninsular: Tesoro de Carambolo o Tesoro de Évora

Las colonizaciones.
Proceden del Mediterráneo oriental o medio, y obedecen a motivos económicos, en especial a la obtención de metales. Están protagonizadas por tres pueblos:

Los fenicios.
Se asientan en la Península Ibérica hacia el año 800 a.C. De los asentamientos fenicios en la costa peninsular se conocen pocos nombres: Gadeira (Cádiz), Malaka (Malaga), Sexi (Almuñecar) y Abdera (Adra). Todos ellos suelen conformarse en costas fácilmente defendibles y con ensenadas para el atraque de sus barcos de poco calado.
Su objetivo esencial en la Península fue la explotación mineral (recientes hallazgos han demostrado su interés por el comercio de metales de uso: hierro y bronce, así como metales preciosos, en especial de oro) a cambio de productos manufacturados (telas, objetos decorativos de marfil, cerámica, etc.). Estas relaciones comerciales determinan el carácter de los asentamientos fenicios: se trata de factorías comerciales con manufactura propia que practican el libre intercambio de bienes con las tribus indígenas del interior.
Sólo cuando las metrópolis: Tiro, Sidón, etc., son incorporadas al imperio neobabilónico se interrumpen las relaciones fenicias con Occidente, quedando los asentamientos aislados. Este cambio significa sin duda un importante hito que marca el comienzo de la historia púnica en la península Ibérica.

Los cartagineses.
Tras la caída de Tiro, en manos de Nabucodonosor (573a. C.) suplantan a los fenicios en el Mediterráneo occidental, donde surgen rivalidades con los griegos que desembocan en la batalla de Alalia (573). La victoria púnica significó la supremacía de Cartago sobre la mitad sur peninsular, estableciendo una talasocracia de la que dependían las antiguas colonias fenicias y las nuevas fundaciones como Kashdahar (Cartagena) o Ebyssus (Ibiza). Con los Bárcidas se inicia la conquista de la Península ibérica que suponía para Cartago la compensación de la pérdida de Sicilia tras la primera guerra púnica. La firma del Tratado del Ebro, 226a. C., con Roma, fijaba el límite del dominio cartaginés. Con el ataque a Sagunto, ciudad ibérica aliada de Roma, estalla la Segunda Guerra Púnica, que propiciaría el establecimiento definitivo de los romanos en la península Ibérica.

Los griegos.
La tradición aparentemente histórica ofrecida por Estrabón inicia la colonización rodia en el siglo IX a. C. Pero no es antes del siglo VII que encontramos vestigios arqueológicos de comerciantes foceos en las costas gerundenses (Emporion).
La presencia griega en la Península Ibérica está testimoniada por abundantes restos conservados: cerámica, piezas de bronce, etc., así como por el establecimiento de relaciones monetarias con los pueblos indígenas.
Como vimos, el declinar griego en el Mediterráneo occidental discurre paralelo al ascenso de la talasocracia cartaginesa y al establecimiento de un estado poderoso en el sur peninsular.

4.3. Los pueblos prerromanos de la Península.

Aparte de Tartessos, las fuentes escritas y arqueológicas nos permiten conocer otros pueblos peninsulares. Tradicionalmente se ha venido considerando una división entre pueblos íberos y celtas, que conviene matizar:
· Lo íbero es un fenómeno cultural desarrollado entre los pueblos de la Edad del Bronce en el área del Mediterráneo, que hablarían una misma lengua (con variedades dialectales), poseerían una cultura material relativamente homogénea y un desarrollo socioeconómico similar, con importantes variaciones regionales.
· Lo celta se refería a una serie de pueblos foráneos llegados en oleadas (tradicionalmente se han considerado dos) durante los siglos IX y VI; introductores del hierro y la incineración (esto los pondría en relación con la introducción en la Península de las Culturas de Hallstat y La Tene, de lo que hoy se duda, al menos en su homogeneidad) y establecidos como casta militar, a veces, sobre los pueblos indígenas del valle del Ebro y del Duero preferentemente.

La entrada en la Historia.

La invasión peninsular por los romanos, a raíz de la 2ª Guerra Púnica, supuso la entrada de nuestro territorio en la Historia Antigua Mediterránea. El grado de cultura de los pueblos autóctonos determinará la forma de afrontar la dominación y su larga duración. Así, mientras los pueblos mediterráneos la observaron esencialmente como un proceso de asimilación a otra cultura superior, los de la meseta y el norte peninsular opusieron tenaz resistencia, primero en Numancia (133) y más tarde durante las campañas cantabro-astúricas (29-19 a. C.), que demandaron la presencia del propio emperador Augusto. . La caída del último bastión hispano dio paso a un dilatado periodo de tranquilidad, dentro de la “Pax Romana”, que tendría consecuencias muy importantes sobre la península Ibérica: el proceso de romanización.

miércoles, 6 de octubre de 2010

0. LA PREHISTORIA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.



La Prehistoria es el periodo de tiempo que transcurre entre el origen del hombre y la aparición de las primeras sociedades complejas estructuradas conforme a unas relaciones complejas en las que la escritura tiene una importancia fundamental. Es evidente que ni la presencia del ser humano, ni la aparición de los primeros textos han sido comunes en un mismo periodo de tiempo y en todos los continentes de la Tierra. Por eso, la historia de cada lugar tiene su propia compartimentación prehistórica, también la Península Ibérica, aunque casi todas ellas convienen en señalar dos grandes periodos prehistóricos en función de la cualidad del material que se trabaja en cada una de ellas: Edad de Piedra y Edad de los Metales.

a) LA EDAD DE PIEDRA.
Se asocia, desde un punto de vista genérico, a las comunidades caracterizadas por el trabajo de industrias líticas. Presenta también distintos estadios en función de los modos de vida de los hombres y el modo en que se llevan a cabo los trabajos sobre la piedra.

EL PALEOLÍTICO.
A nivel general, se trata de un extenso período de la Prehistoria, caracterizado por el proceso de hominización y de expansión del género Homo sobre la Tierra. Los escasos grupos de habitantes asentados en la Península Ibérica vivían de la recolección, la caza y la pesca. Eran nómadas, que se alojaban en cuevas o campamentos y se desplazaban en función de la búsqueda de alimentos. Lo que recogían pertenecía a la tribu, dentro de la cual no había división del trabajo, ni diferencia entre individuos. Las relaciones de parentesco eran muy estrechas y el papel de la mujer muy destacado. En cuanto al mundo espiritual, quedaba reducido a ciertas prácticas de tipo mágico.

El Paleolítico Inferior (1500000-100000a. C.).
Los restos más antiguos hallados en la Península serán los de Venta Micena (Orce, Granada) y Cueva Victoria (Murcia), con una antigüedad superior al millón de años. Los autores de su estudio han referido al género Homo Erectus algunas muestras óseas (tres fragmentos de cráneo y un húmero, en Venta Micena: el llamado “Hombre de Orce”; y una falange en Cueva Victoria).
En la cuenca del Duero, la sierra de Atapuerca ha proporcionado resultados más satisfactorios. Así, en 1994, la cueva de la Gran Dolina empezó a aportar restos humanos de una antigüedad de más de 780000 años. Los especialistas los han considerado como una especie de nuevo reconocimiento, proponiendo el nombre de Homo Antecessor, para señalar su particularidad y su posición como lejano antecedente del Sapiens. Hoy día, y a partir de los hallazgos efectuados en la Sima del elefante, también en Atapuerca, tiene a retrasarse la antigüedad de antecessor hasta los -1,2 millones de años.
Por otra parte, en la cueva de la Sima de los Huesos, también en Atapuerca, se han recuperado, hasta la campaña de excavaciones del 2000, más de 2500 huesos humanos calificados como anteneandertales o sapiens antiguos (hpomo heidelbergensis), con unos 300000 años de antigüedad.

El Paleolítico Medio (100000-35000a. C.).
Se identifica al Homo sapiens en su variedad fósil (neandertalensis) como protagonista de las manifestaciones culturales del Paleolítico medio.
A mediados del siglo XIX se produjeron los primeros hallazgos del tipo neandertalense en Europa: sur de la Península Ibérica (Gibraltar) y en Alemania (valle del Neander). Son relativamente abundantes en nuestro entorno, ya en cuevas y abrigos o al aire libre.
Mención especial merecen las 125 piezas extraídas en 1994 de la cueva de Sidrón (Asturias). La prospección sistemática emprendida por arqueólogos intenta determinar si se trata de un depósito intencionado, lo que supondría el primer enterramiento formal de neandertales hasta ahora reconocido en nuestro país.

El Paleolítico superior (35000-10000a. C.).
Encontramos en el continente dos variedades humanas o tipos diferenciados: el de Combe Capelle, más antiguos, y el de Cro-Magnon, más moderno y con rasgos heredados de los neandertales, al que se suelen referir la mayor parte de los huesos encontrados en la Península Ibérica. A él asociamos también la industria microlítica y las primeras manifestaciones artísticas.
· En la región cantábrica: cuevas de la Paloma y Tito Bustillo (Asturias) y cuevas del Castillo y Altamira (Cantabria), con importantes muestras del arte rupestre.
· En la zona mediterránea: cuevas de Reclau Viver (Gerona), Beneito (Alicante), Niño (Albacete), Nerja (Málaga), Barranc Blanc y Parpalló (Valencia), etc.
· En el listado de restos humanos de Portugal, destaca el enterramiento de un niño en fosa practicada en el suelo del abrigo de Lagar-Velho, datado de unos 23000 años a. C.

EL MESOLÍTICO.
Durante el mesolítico se produce la retirada de los hielos e inicio de la era geológica actual, Holoceno, que deriva un clima más estable y la retirada de la mayoría de los grandes mamíferos, concentrándose la alimentación en pequeños animales. Este empeoramiento de la fauna se manifestó también en el utillaje lítico, con piezas cada vez más pequeñas, que desde le punto de vista técnico, presenta paralelismos con el resto de Europa. En la región cantábrica aparece la Industria aziliense (especialización de microlitos y evolución de los arpones). Estos pueblos se hicieron sedentarios en aquellas zonas que les proporcionaron recursos suficientes para vivir. Este es el caso de los “concheros” de las costas peninsulares, como los de Muge, en l zona baja del Tajo (Portugal).
Pero la verdadera importancia del mesolítico peninsular se encuentra en la aparición de interesantes muestras de arte rupestre: la denominada Pintura Levantina, con importantes testimonios en la provincia de Albacete (Alpera, Minateda, Nerpio).

EL NEOLÍTICO.
Constituye una verdadera renovación de las condiciones de vida de las comunidades prehistóricas. Las actividades productivas terminaron por generar excedentes que posibilitaban el crecimiento de la población, el desarrollo del comercio, la división del trabajo y la aparición de la propiedad privada.
Los yacimientos más antiguos corresponden a la vertiente mediterránea peninsular: las cuevas de Montserrat (Barcelona), la cova de la Sarsa (Valencia), la cova de l´Or (Alicante), la cueva de la Carigüela (Granada) o la de Nerja (Málaga). Tradicionalmente, la investigación ha destacado como elementos más representativos de la cultura material neolítica peninsular a sus recipientes cerámicos decorados mediante impresiones del borde de una concha de berberecho, Cardium Edule. Sin embargo, esta precisa técnica decorativa representa una pequeña parte de las novedades que nos ofrece la cultura material de los primeros agricultores: hachas y azuelas de piedra pulida, la especialización de la talla de sílex, la proliferación de instrumentos de huesos o los brazaletes, colgantes, anillos y demás adornos.
El proceso de difusión será largo en nuestro entorno y se desarrollará a través de la secuencia que sigue:
· El Neolítico Inicial o Cardial. Hacia el 5000a. C. Se desarrolla en la franja mediterránea y se caracteriza por la aparición de la cerámica cardial.
· El Neolítico Pleno. Hacia el 4000 a. C. Introducción en la Meseta, en los rebordes montañosos poco cultivables asociados a ganaderos andaluces. Aparición de la cerámica lisa o decorada por incisión.
· El Neolítico Final. Hacia el 3000 a. C. Desarrollo de culturas específicas, como la de los sepulcros en fosa en Cataluña o la Cultura Almeria, en el sureste peninsular.

b) LA EDAD DE LOS METALES.

Definido por criterios tecnológicos, que servían para expresar el progreso de la humanidad, el concepto se refería al inicio de la utilización de los metales, el cobre (Eneolítico o Calcolítico) y al desarrollo de la metalurgia con el descubrimiento de las aleaciones, cobre más estaño, (Edad del Bronce).

EL CALCOLÍTICO.
Se desarrolla fundamentalmente en la franja sur peninsular, desde Portugal hasta la actual provincia de Murcia, donde se desarrollan las dos áreas más importantes del momento: la cultura de los Millares, en el sudeste peninsular, y la cultura de Vilanova de San Pedro, en la Extremadura portuguesa.

LA EDAD DEL BRONCE.
El Bronce está representado nuevamente por una cultura asentada en el sudeste peninsular, la Cultura Argárica, 1700-1300a. C. En líneas generales representa una ruptura respecto a la calcolítica de los Millares en lo que respecta a la distribución de los asentamientos (ahora más escarpados y amurallados), hay una mayor utilización de objetos de cobre y, sobre todo, se modifican sustancialmente los aspectos relacionados con los rituales funerarios: se abandonan los enterramientos colectivos en construcciones destacadas y son sustituidos por inhumaciones individuales.
Rasgos argáricos aparecen también en territorios limítrofes confirmando su preeminencia cultural. En nuestro entorno se traduce en la aparición de la denominada Cultura de las Motillas, al sur de La Mancha, caracterizada por la diversidad de sus asentamientos: en motilla (el Acequión, Albacete), en morras (el Quintanar, Munera) o en castillones (Albatana). Una significación aparte merece el Bronce final peninsular, una etapa decisiva como resultado de la cual se fraguan los grupos históricos autóctonos posteriores. Es, al mismo tiempo, un momento de apertura y contacto con el exterior, bien por vía terrestre, gracias a la influencia de los Campos de Urnas, de origen centroeuropeo, bien por vía marítima, con la conjunción de los comercios atlántico y mediterráneo, en un claro preludio de las colonizaciones históricas desarrolladas por fenicios y griegos.
Ambos fenómenos actuaron sobre un sustrato variado, en el que algunos grupos llegaron a desarrollar sociedades complejas, como la Cultura Talayótica de las Islas Baleares, con sus características construcciones megalíticas: talaiots, navetas o taulas.

LA EDAD DEL HIERRO.
La penetración de influencias y grupos humanos a finales del segundo milenio, en la Península ibérica, fue un factor destacado para buena parte del territorio, que provocó transformaciones socioeconómicas importantes y estableció el preludio de la posterior configuración humana peninsular. Así, durante mucho tiempo se identificó a la Cultura de los Campos de Urnas en España con una renovadora 1ª Edad de Hierro, que habría aportado determinaciones culturales e incluso lingüísticas.
Hoy sabemos que dicho proceso se iniciará durante el Bronce final, hacia el 1200 a. C., y que tendría un desarrollo lento y muy desigual. Sabemos, por ello, que, aun siendo importante, la nueva metalurgia no representó más que un factor tardío con relativa incidencia sobre las comunidades autóctonas y que la Edad del Bronce no desapareció ante la presencia de influencias ultra pirenaicas.

domingo, 3 de octubre de 2010

¿Qué es la historia de España?

Según una definición convencional, la Historia es la ciencia que estudia a los hombres en sociedad a lo largo del tiempo. Así las cosas, la Historia de España sería la ciencia que estudia a los hombres que hemos vivido y vivimos en España desde sus orígenes hasta la actualidad.Si esta definición fuese absoluta, la Historia de España se limitaría al análisis de los cinco siglos de Historia de nuestro país. Pero España es algo más que el Estado moderno forjado durante la monarquía de los Reyes Católicos, o mejor, dicho Estado se asienta sobre unas bases mucho más profundas, que hunden sus raíces en la Prehistoria y traspasan los límites de la Península Ibérica.Su propio nombre deriva del término Hispania con el que los romanos denominaban a Iberia, los territorios del fin del mundo griego, palabra que procedería probablemente del término fenicio I-saphan-ya, que los propios romanos tradujeron como “tierra abundante en conejos”.La Historia de España es, por tanto, la de la sucesión de un complejo conglomerado de culturas hasta llegar al estado actual, condicionada por una Geografía que pone en relación Europa con África y el Mediterráneo con el océano Atlántico y América.